GUANTÁNAMO, Cuba.- Días antes de la visita de Barack Obama a Cuba el 20 de marzo del 2016, el señor Pedro Núñez Mosquera, Director General de Asuntos Multilaterales y Derecho Internacional del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (MINREX), durante la reunión de alto nivel del trigésimo primer período ordinario de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, respondió al señor Antony Blinken, entonces subsecretario de Estado de los EE.UU., que Cuba tenía una visión diferente de los derechos humanos y del concepto de democracia.
Aunque tal posición es una anomalía extraordinaria en el hemisferio occidental, la respuesta del diplomático sirvió para dejar claro que a pesar de haber ratificado importantes documentos jurídicos internacionales sobre derechos humanos el castrismo no iba a cambiar. Por su parte, la prensa dependiente del partido comunista se encargó de establecer que los cambios que se le pedían a Cuba ya habían sido hechos en 1959 y que la política de principios de la revolución —entiéndase la que ha establecido la dictadura del único partido sin la anuencia del pueblo— tampoco sería abandonada. Ese fue el preámbulo de la visita de Obama.
Fue la primera visita de un presidente norteamericano a Cuba en más de ochenta años, pero su estancia estuvo signada por la frialdad gubernamental, un escueto reflejo en los medios oficialistas y por un programa que impidió que el presidente contactara directamente con el pueblo. En el discurso que ofreció en el Gran Teatro Alicia Alonso ante un público sesgado por posiciones ideológicas, destacó la hierática presencia de los principales dirigentes del régimen y de muchos de sus alabarderos.
Apenas había salido hacia Argentina los medios oficialistas cubanos comenzaron sus ataques manipuladores e irrespetuosos contra el presidente y su discurso —el cual no trasmitieron por la televisión nacional ni publicaron en la prensa escrita—, los que se extendieron por más de un mes y estuvieron protagonizados por reconocidos defensores de la dictadura, aunque también hubo espacio para escuálidos aspirantes a los peldaños superiores del escalafón que el régimen mantiene para sus testaferros más fieles. La arremetida, que incluso ocupó gran espacio en las sesiones del séptimo Congreso del Partido, fue asimilada por Obama con una dignidad espartana, lo que dice mucho de su altura moral.
Si tuviera que definir su política hacia Cuba desde el restablecimiento de las relaciones diplomáticas el 17 de diciembre del 2014 hasta el final de su mandato, diría que estuvo marcada por la buena voluntad y la ingenuidad de creer que el castrismo iba a mejorar en cuanto al respeto a los derechos humanos ante las abundantes muestras de acercamiento de su administración, la cual trabajó decididamente para revertir la antigua política.
Las medidas aprobadas durante los últimos meses del mandato del hoy expresidente para tratar de hacer irreversible el acercamiento entre ambos gobiernos tuvieron su corolario en la decisión de cerrarle el paso hacia EE.UU. a decenas de miles de cubanos que huían del régimen en busca de una vida digna y con derechos, a quienes de un plumazo sumió en una tragedia cuyas consecuencias aún sufren.
Obama provocó simpatía en quienes tuvieron el privilegio de compartir con él sus escasísimas presentaciones públicas o la suerte de ver su discurso mediante Telesur, pero después de su visita aquí no mejoró nada. Todo lo contrario, se acrecentó la represión contra la oposición pacífica y su esencia dictatorial asomó sin afeites en las zonas azotadas por el huracán Matthew.
Vietnam se vio envuelto en una cruenta guerra con EE.UU. En ella perdieron la vida decenas de miles de personas de ambos países. Pero los comunistas de ese país han logrado avanzar en la eficiencia económica y en ese logro EE.UU ha tenido una participación significativa. Sencillamente ambos gobiernos dejaron atrás el pasado.
Aquí, donde jamás el ejército norteamericano ha ejercitado ninguna acción militar después de 1959, el castrismo continúa atrincherado, enarbolando el fantasma de un enemigo para justificar su estéril retórica numantina. Casi sesenta años en el poder no le han bastado para aprender el arte del buen gobierno. Acosado por una corrupción galopante, la creciente insatisfacción popular y sin acabar de resolver problemas esenciales como el del transporte, la vivienda, el suministro de agua potable de calidad y el de la alimentación, entre otros, todavía es incapaz de insuflarle al pueblo una esperanza creíble de prosperidad.
Quizás Obama pensó que su visita y las concesiones unilaterales de su administración ayudarían al pueblo cubano. Si fue así se equivocó. Pasó otra administración y el diferendo continúa, la opresión también. Así será mientras no asumamos que la lucha por la democracia nos implica a todos y que su resultado depende de nosotros mismos, sin soslayar el papel de la solidaridad internacional, hoy minimizada gracias a la hipocresía y la doble moral, algo que, evidentemente, no es patrimonio exclusivo de los cubanos.