LA HABANA, Cuba.- Cada vez que los gobernantes cubanos oyen hablar de democracia, un nerviosismo les recorre el cuerpo. Comprenden que, excepto sus amigos incondicionales de la extrema izquierda, ya nadie cree en esa “democracia participativa” que dicen haber implantado en la isla. Igualmente son conscientes de que todo sitio donde impere realmente la democracia se convierte en un espacio vedado para ellos.
Esto último se pudo comprobar cuando, a raíz de las gestiones del ex gobernante hondureño Manuel Zelaya, gran amigo del castrismo, la Organización de Estados Americanos (OEA) retiró la exclusión que pesaba contra el gobierno cubano, y se pronunció por la posible admisión de la isla en sus filas. En aquella ocasión Raúl Castro no aceptó el reingreso de Cuba a esa organización aduciendo supuestas razones morales. Sin embargo, no fue difícil comprender que el régimen castrista no cumpliría con la Carta Democrática Interamericana que la OEA les exige a sus miembros.
Por estos días hemos presenciado nuevamente la reacción del castrismo ante el llamado internacional a la democracia. Se trata de unas declaraciones del canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, con motivo de la convocatoria efectuada por el mandatario estadounidense, Joe Biden, a la realización de manera virtual de una Cumbre por la Democracia, donde se espera la participación de unos 110 países. El señor Rodríguez Parrilla expresó que “la selectividad de la convocatoria de Estados Unidos a una cumbre sobre democracia muestra la debilidad de ese país”.
Claro que no se trata de debilidad, sino todo lo contrario. Es la seriedad con que la administración Biden concibe ese tema, y en consecuencia ha convocado a factores que realmente comulgan con esa forma de gobierno, excluyendo a naciones con regímenes autoritarios como China -muy enojada por la invitación cursada a Taiwán para que participe en la cita-, Venezuela, Nicaragua, Rusia y, por supuesto, la propia Cuba.
Serán tres los temas centrales a tratar en la Cumbre: el fortalecimiento de la democracia y su defensa ante el autoritarismo, el respeto a los derechos humanos, y la lucha contra la corrupción. Evidentemente, en todos saldría muy mal parado el castrismo. Acerca de la corrupción, la propia contralora general de la República, Gladys Bejerano, podría dar fe de lo mal que anda la isla en ese sentido. Y quizás algún día queden al descubierto otros trapitos sucios a alto niveles de gobierno que hoy se hallarían fuera del alcance de la contralora.
También ha trascendido el interés de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) por que el tema de la libertad de expresión sea incluido en la agenda de la Cumbre. Sin dudas, otro acápite donde el castrismo siempre obtiene muy malas calificaciones.
Esta loable iniciativa del presidente Biden de colocar la defensa de la democracia y los derechos humanos en el centro de la política exterior de Estados Unidos constituye un gran apoyo a todos los que en el mundo se oponen a los regímenes autoritarios y totalitarios que a ratos van apareciendo.
En el caso de Cuba se convierte en un estímulo para los activistas que luchan en defensa de las libertades y contra la represión de las autoridades. Y también contribuye a reafirmar la convicción de que los cubanos no podemos conformarnos con cambios meramente económicos, sino que debemos aspirar a transformaciones políticas acordes con nuestras tradiciones liberales, las mismas que han signado nuestra historia desde los tiempos de la Constitución de Guáimaro en 1869.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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