SANTIAGO DE CUBA, Cuba. – El presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, puede terminar en prisión en cualquier momento. Sin dudas, es un hombre valiente, que sabe el riesgo que corre desde el mismo momento en que asumió la presidencia interina y llamó al pueblo a echar al usurpador Nicolás Maduro. Admiro su coraje y optimismo. Sin embargo, mi confianza en los aliados de Guaidó, que son también los nuestros, viene disminuyendo. Ojalá me equivoque, ¡quiero equivocarme!, pero veo que no se dan cuenta de que cada día que pasa se aleja más la posibilidad de sacar a Maduro del poder. Un pueblo desarmado, hundido en la más profunda miseria, no puede enfrentar con éxito a los militares y “colectivos” venezolanos, a miles de agentes cubanos, al creciente apoyo militar de Rusia y al económico de la China comunista.
El caso de Guaidó y Venezuela me recuerdan una vieja historia de un amigo: Se encontraba en un pelotón de una unidad militar donde le habían enviado a pasar el Servicio Militar Obligatorio. En aquel lugar imperaba la ley de los más fuertes y osados. ¿Acaso no es así en casi todo el mundo? Allí se establecían alianzas de diversos tipos, principalmente regionales, con el fin de tener la mayor influencia y control posibles. Entre los reclutas de su municipio había uno bastante inteligente y fuerte, en sus proyecciones se podía leer algo así como “todas las opciones están sobre la mesa”.
Además de que eran del mismo municipio, el individuo y mi amigo compartían la afición por la literatura, el cine y algunos deportes. El otro llevaba un año allí, bastante bien alimentado y ejercitado, parecía un peleador de Kick boxing. En cambio, mi amigo acababa de llegar de la preparación previa muy delgado y nada atlético. Se dijo: “he aquí un buen aliado”. Pero el tiempo lo va poniendo todo en su lugar. Un día, regresó de visitar a su familia y se encontró a un sujeto de otro municipio pregonando a los cuatro vientos que había derrotado y humillado a su “gran” aliado. Decidió enfrentarle de inmediato y el individuo, que sin dudas era muy valiente -nada que ver con Maduro-, plantó bandera blanca. Desde ese día, mi amigo se convirtió en una especie de George W. Bush que daba a cualquier Saddam Husein 48 segundos para que abandonara posturas equivocadas.
Mientras los principales representantes de la primera potencia del mundo libre (Donald Trump, Mike Pompeo, John Bolton y Elliott Abrams), expresaban que “todas las opciones estaban sobre la mesa” en la búsqueda de solución para la grave crisis de Venezuela, Nicolás Maduro, Raúl Castro y Vladimir Putin, cada vez más envalentonados al ver la anémica reacción de EEUU y sus aliados, continúan adelante con su plan de ocupar toda la “mesa” y no dejar obstáculo alguno a sus ambiciones. Peligroso trío de chacal, viejo lobo y oso, bravucones.
Cuando el pasado 23 de enero el Ingeniero Juan Guaidó asumió la presidencia interina de Venezuela amparado por el artículo 233 de la Constitución vigente en la patria de Bolívar, recibió el apoyo expreso del presidente de los Estados Unidos Donald Trump y, posteriormente, de más de cincuenta naciones, entre ellas Canadá, Brasil, Colombia, Reino Unido, Francia y Alemania. Entonces, muchos creímos que Maduro y sus crímenes tenían los días contados.
En vísperas del fraudulento referendo del régimen castrocomunista para imponer la nueva Constitución, tan estalinista como la anterior, nos encontrábamos, 133 opositores pacíficos, en huelga de hambre, cercados y hostigados, protestando por el incremento de la represión en Cuba. En esas condiciones, también esperábamos con alegría el día 23 de febrero, fecha en la que debía entrar la ayuda humanitaria a Venezuela. Guaidó aseguraba que la ayuda entraría. Pero no entró. Los aliados de los demócratas venezolanos, con EEUU a la cabeza, pudieron hacer mucho más de lo que hicieron para que la ayuda entrara. El presidente encargado hizo lo que debía y luego regresó valientemente. Fallaron sus aliados. El más firme continuó con su consigna “Todas las opciones están sobre la mesa”, mientras Maduro ordenaba disparar al pueblo y el régimen cubano le enviaba más y más agentes represivos. Los demás, siempre inconsistentes, rechazaban y rechazan la única cirugía que puede poner fin al cáncer.
Los malos continuaron dando atrevidos pasos y observando las reacciones de los aliados de Guaidó. Los “colectivos”, especie de camisas pardas, disparando contra los manifestantes; el Sebin persiguiendo y encarcelando opositores y militares rebeldes; el Grupo de Lima descarta la intervención militar; encarcelaron a Roberto Marrero, jefe de despacho de Guaidó; EEUU: “no toquen a Guaidó”; agentes cubanos torturando, Elliott Abrams: “no estamos jugando Maduro”; Asamblea chavista retira inmunidad parlamentaria a Guaidó; la Unión Europea rechaza levantamiento de inmunidad. A Maduro no le importa lo que diga la Unión Europa, el espera más armamento y militares rusos. “Josep Borrell renuncia a tratar Venezuela en la OTAN” y Elliott Abrams considera que sería prematura una reacción militar en Venezuela.
Sería terrible que se repitiera la historia y que Estados Unidos y Occidente le hiciesen a Venezuela lo que John F. Kennedy y todo Occidente le hicieron a Cuba en la década de 1960, dejarla sola ante el apetito de un megalómano como Fidel Castro, que convirtió a nuestra patria en un satélite del imperio soviético y que puso al mundo al borde de la tercera y última guerra mundial al instalar misiles con ojivas nucleares en la Mayor de las Antillas. ¡Cuántas guerras y muertes en el continente y en otras tierras por las ambiciones napoleónicas del dictador cubano! ¡Cuánta miseria y violaciones a los derechos humanos! Ojalá sea yo el equivocado. Y si no lo soy, Guaidó y los venezolanos, los opositores cubanos y nicaragüenses, debemos continuar adelante como mi amigo, el de la historia, con nuestras propias fuerzas, sin esperar por amigos que parecen muy fuertes pero que en la práctica, muchas veces no pasan de la consigna “Todas las opciones están sobre la mesa”.