LA HABANA, Cuba. – Desde que ponen un pie en el Aeropuerto habanero de Rancho Boyeros, los periodistas extranjeros que vienen a Cuba como corresponsales de sus medios de prensa, saben que la visa D-6 que poseen es una verdadera espada de Damocles.
No vienen engañados.
Están conscientes de que harán un periodismo entre amenazas, bombas y bazucas de los agentes de la policía política de la Seguridad del Estado, que los tendrán vigilados y controlados mañana, tarde y noche.
A través de la Resolución 44-97, perteneciente al Ministerio de Relaciones Exteriores, un reglamento nada fácil de cumplir, está implícito que el periodista que la acepta y la firma, debe respetar las reglas de juego del régimen.
¿Cuáles son? En primer lugar, no escribir contra los máximos líderes políticos, principalmente del gobernante fracasado Fidel Castro. En segundo lugar, basarse en las estadísticas hechas por el Estado y en tercer lugar y lo más importante: hacer oídos sordos a cualquier tipo de información que les suministren los opositores miembros del Movimiento de Derechos Humanos.
Como lo más prohibido es lo que llama más la atención al ser humano, de alguna manera los periodistas extranjeros han acudido, unos de manera muy discreta, otros de forma abierta, más osados, a las fuentes que emanan de organizaciones y partidos políticos clandestinos.
A muchos les costó caro entrevistarse con dirigentes opositores. Bajo el pretexto de que su visa no puede ser renovada por equis motivos, el gobierno los pone de patitas en la calle y sin posibilidad de visitar Cuba de nuevo.
Ejemplos hay muchos. Los corresponsales de BBC de Londres, The Chicago Tribune y El Universal de México, fueron expulsados del país en 2006 y 2007 respectivamente. Una prueba evidente del totalitarismo castrista, que expone como pretexto en el papel, la ¨falta de objetividad¨ de los trabajos que publicaban dichos periodistas.
Los periodistas independientes cubanos que vivimos en Cuba, y que sí podemos reportar al mundo la clara verdad de Cuba, nos imaginamos cuán difícil será para los órganos represivos del Ministerio del Interior y su Seguridad del Estado, tener bajo control a casi 200 periodistas extranjeros que laboran actualmente en el país.
Solamente en octubre 2013, según cifras oficiales, estaban acreditados en La Habana 159 periodistas permanentes, pertenecientes a 83 medios de prensa de 27 países, además de doce ¨free lancer¨ que reportan para medios norteamericanos.
En estos momentos puede que sean más.
Es de suponer entonces el gran batallón de agentes-espías que necesita la dictadura a través del Ministerio del Interior y su Seguridad del Estado y el costo que esto representa, para intentar diariamente mantener fuera de toda información comprometedora a los laborosos e inquietos colegas extranjeros, información que, por suerte, podrán utilizar en sus países libres, para escribir la realidad de lo que ocurre en Cuba.
La experiencia que han obtenido muchos de los periodistas extranjeros que han vivido un tiempo en la isla, les ha servido incluso para publicar importantes libros sobre la dictadura castrista. Algunos son Fin de siglo en La Habana, de B. Rosenthal y J.F. Fogel, de 1993, La Isla del doctor Castro, de los periodistas Denis Rousseau y Corinne Cumerlato, de 2001 y Raúl Castro: La pulga que cabalgó al tigre, de Vicente Botín, 2010.
Estos libros están prohibidos en Cuba. Retratan a todas luces cuanto ocurre detrás de la cortina de humo del socialismo cubano, algo que sólo un lector sagaz descubre entre líneas en la prensa oficial y que los periodistas independientes, decenas de hombres y mujeres en la isla, lo escriben bien claro.