EN AMÉRICA Latina, la región que ha dado al mundo más dictadores por kilómetro cuadrado, la vida de los dirigentes está siempre en primer plano. Los problemas privados de esos personajes, sus manías, caprichos y, eventualmente sus desgracias, ocultan o desplazan las necesidades, las añoranzas, los graves temas que agobian a las sociedades que gobiernan.
En los países que han vivido con normalidad la alternancia del poder, los nombres de los presidentes tienen menos relevancia durantes sus mandatos y después pasan enseguida al olvido.
Hay un caso especial, el de México, donde los hombres llamados a dirigir durante un sexenio se convierten inevitablemente en emperadores con nostalgia azteca y sus gestiones tienen el esquema de una minidictadura, eso sí, beatificada.
Las historias se complican con otras dinastías. Para no perdernos en un viaje muy largo al pasado se pueden mencionar a Somoza, Trujillo, Batista, Stroessner y Pinochet. Cada uno con sus peculiaridades, pero procedentes de una misma familia política.
En aquel territorio latinoamericano se mantienen en los titulares las ambiciones, las cegueras, las complicaciones, las payasadas de la nueva hornada de capitanes.
Son gente que viene de una estirpe ideológica diferente y que, en el fondo (y en la superficie), quiere lo mismo que los viejos vencidos: el poder total hasta el fin de los tiempos.
Cuba está a mitad de camino entre ese pasado y el presente. El jefe de un país en ruinas y con libreta de racionamiento ordenó que se le hiciera una estatua a una vaca lechera y mandó a un hombre al espacio en un cohete ruso. Las reflexiones de Fidel Castro, jubilado y con 85 años de edad, son todavía las notas estelares de los panfletos oficiales de la isla caribeña.
En Venezuela el centro del debate es la enfermedad de Hugo Chávez. En Ecuador, la batalla del presidente contra la libertad de prensa. Un afán que ha provocado que entre los periodistas se le llame ya Rafael Correa (del Norte). Daniel Ortega, de reposo después del acto de magia negra de las elecciones. Y Evo Morales, de carnavales en todos los medios de Bolivia como símbolo sexual del socialismo y con su flamante sobrenombre de origen italiano: Evusconi.
El humor es parte de una fuerza suprema.
Y es un reflector.