LA HABANA, Cuba, setiembre, Miriam Celaya, www.cubanet.org – El movimiento revolucionario que tomó el poder en 1959, desde sus orígenes, mantuvo a la mujer en una relación de subordinación con respecto al liderazgo masculino. Ninguno de los programas revolucionarios incluía la emancipación femenina. Más aún, ninguna mujer participó en la elaboración del programa ni propuso objetivos o aspiraciones sociales del sector femenino, a pesar de que ya en los años 50’ ellas eran una importante fuerza laboral y estudiantil, incluyendo las universidades.
Al final de la insurrección ninguna mujer había alcanzado altos grados militares, como sí los habían logrado las que participaron en las guerras de independencia decimonónicas.
El sector femenino comprometido con el movimiento revolucionario siguió los patrones establecidos por la tradición fuertemente sexista, subordinándose a las decisiones del mando, siempre masculino, y quedando relegado a reproducir –tanto durante la guerra como más tarde en el nuevo escenario social– el modelo patriarcal con su rígida separación de roles.
Frente femenino en la Sierra Maestra
Sin embargo, Fidel Castro conocía la importancia de la fuerza femenina, demostrada durante el breve presidio de los asaltantes al cuartel Moncada, cuando numerosas mujeres se movilizaron hasta recoger 20 mil firmas solicitando la amnistía para los jóvenes revolucionarios, presentadas al Senado. Castro entendía la importancia de dicha fuerza, por lo que creó un frente femenino en la Sierra –Batallón Femenino Mariana Grajales (1958)– que respondería al movimiento 26 de julio, liderado por él.
Una vez en el poder, se creó la Unión Femenina Revolucionaria, antecesora de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), para movilizar a las mujeres en apoyo a los programas sociales de la revolución. Las organizaciones femeninas republicanas, incluyendo las que habían apoyado la lucha revolucionaria, fueron desarticuladas para evitar tendencias diferentes a las orientadas desde el nuevo poder político. A la vez, ninguna mujer fue tenida en cuenta para ocupar cargos en las esferas de decisiones. Solo una ocupó por poco tiempo, la cartera de Educación, y Vilma Espín, en su calidad de cuñada de Fidel Castro, encabezó la FMC desde la creación de esta organización hasta su muerte.
El feminismo para burguesas ociosas
El objetivo principal de la FMC, en principio, era estimular la participación de la mujer en la vida política, económica y social, pero condicionada por una total fidelidad a la revolución y a la nueva ideología en el poder. Así, “La FMC se describió a sí misma como una organización femenina, pero no feminista, dado que el feminismo era considerado como un movimiento social que desviaba esfuerzos y atención de la lucha revolucionaria, además de una ideología propia de las ‘burguesas ociosas’”[1]. La mayoría de las mujeres acató la pertenencia a la organización. Eventualmente se tornó automática la membresía de las jóvenes a partir de los 14 años, y ya hacia 1995 unos 3 millones y medio de cubanas estaban “afiliadas”, es decir, el 82% de la población femenina.
La ideología femenina quedó diluida en un “pensamiento colectivo revolucionario”. Desaparecidas las herramientas cívicas alcanzadas durante la República, las mujeres quedaron definitivamente a merced de la voluntad gubernamental.
Contradictoriamente, junto a la pérdida de la autonomía femenina en tanto fuerza política, actualmente más del 60 por ciento de los profesionales y técnicos del país son mujeres. En contraste, la casi totalidad de los cargos de dirección son ocupados por hombres, lo que ilustra la preeminencia de los patrones masculinos que mantienen la discriminación de la mujer a contrapelo de las supuestas “conquistas” otorgadas desde el poder. Pese a la supuesta emancipación de la mujer por la revolución, las cubanas continúan sujetas a una discriminación enmascarada bajo un falso discurso igualitario.
Más hombres dueños de negocios
En la actualidad, las reformas gubernamentales que legalizan las inversiones en el sector privado también evidencian el amplio predominio de los hombres como dueños de negocios y como pequeños empresarios. Las mujeres asoman en desventaja al nuevo escenario económico, donde prima el protagonismo masculino. Tampoco existe un programa político que equipare las oportunidades de género de cara al futuro mediato de la Isla, y en ausencia de un verdadero movimiento femenino autónomo la mujer exhibe la mayor indefensión cívica.
Pero la emancipación plena exige también de responsabilidad cívica plena. La marcada presencia de mujeres en la disidencia y en la sociedad civil independiente apunta a una oportunidad del resurgimiento de las luchas femeninas en tiempos venideros. Solo en un escenario de democracia se podrá comprobar si existen en Cuba las bases necesarias para el renacer de una conciencia de género.
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