LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Pocos días después de la muerte de Laura Pollán, estaba yo sentado en la sala de su casa, conversando con Héctor Maseda, cuando un vecino tocó a la puerta. Venía a disculparse con Héctor por considerar que sus hijos, unos jovencitos, no respetaron el luto del barrio, al estar escuchando música en alto volumen.
Héctor, que ni siquiera había reparado en el detalle de la música, me explicó entonces que su esposa era muy apreciada por todos en la vecindad. Ni un solo residente de la cuadra se prestó jamás para participar en los groseros mítines de repudio que, frecuente y sistemáticamente, organizaba la policía política contra Laura. Siempre estuvieron obligados a reclutar sus hordas lejos del barrio.
La forma amable, diáfana y generosa con que Laura se relacionaba con todos sus vecinos no pudo merecer menos. Sería imposible decir algo igual sobre uno solo entre los muchos dirigentes del régimen. Tal vez ni siquiera sea posible decirlo sobre uno solo entre sus mártires, porque al margen de otros defectos o virtudes, todos en general practicaron la violencia, o aprobaron su práctica; incluso, la mayoría de ellos agredió físicamente a los rivales ideológicos, y muchos, al morir, cargaban más de un crimen sobre su conciencia.
Entre el rico legado de Laura Pollán a la causa de la libertad y del progreso en Cuba, constituye un aspecto meridiano su transparencia moral. Afirmaba el célebre crítico social Thomas Carlyle que las sociedades humanas se fundan sobre el culto a los héroes. Ojalá no tuviese razón, pero como todo indica que la tuvo, representa un privilegio para el movimiento de oposición interna en la Isla que sus héroes más sobresalientes hayan puesto siempre por delante el pacifismo, la humildad y la decencia, así como una radical desligadura del talante egocéntrico y demagógico que caracteriza a los políticos de todos los bandos.
El ejemplo de estos nuevos héroes ayudará en un futuro a nuestra sociedad a librarse del enorme lastre moral que nos impusieron el conservadurismo y el miedo.
Por otro lado, en el mero patrón de conducta de estos nuevos héroes se afinca uno de los descréditos más rotundos para la actual dictadura cubana, con toda su metralla patriotera y su hipócrita muela popularista. La muerte (y la vida) de Laura Pollán -como antes la de Orlando Zapata y después la de Oswaldo Payá-, echó por tierra la tan desvergonzada y alevosa argumentación del régimen de que todos sus opositores son mercenarios regentados por Estados Unidos, y que sus verdaderos objetivos son ganar unos dólares o conseguir visas para el exilio.
Ya quisiera uno solo de los jerarcas de nuestro cacicazgo, desde el mayor hasta el menor, estar capacitado para darle al pueblo la mitad de las pruebas de desapego por lo material y de honesto patriotismo que salta a la vista apenas repasas la historia de Laura Pollán o de algunos de los otros luchadores cívicos. Si el nuestro no fuese uno de los únicos países del mundo en que los gobernantes no están obligados a dar cuenta pública de sus pillerías, ya quisieran ellos poder airear ante los medios de difusión conductas tan intachables.
De cualquier modo, aunque la impunidad dictatorial los libre de reconocer sus desventajas y su falta de compostura, de vez en cuando se les escapan efluvios, con los que demuestran que ni ellos mismos se creen ya la insustancial guayaba de llamar mercenarios a los opositores. Laura, Zapata y Payá, entre otros que, por suerte, aún están vivos, les reventaron los soportes del mito.
Claro que, perros güeveros al fin, ahora suelen llamarles a los disidentes “pro-norteamericanos”. Son tan simplistas que piensan que el mundo es tan simplista como ellos, de manera que les basta con acusar a alguien de pro-norteamericano para descalificar, por mala, cualquier cosa que piense o diga o haga.
Cuando la razón duerme, ya quedó dicho, los monstruos se apoderan inevitablemente de la escena, o siguen gobernándola desde la irracionalidad. Ahora sólo nos falta saber por cuánto tiempo más lo harán, por cuánto tiempo más se lo permitiremos, y, sobre todo, a costa de la vida de cuántos otros héroes de nuestro ejemplarmente civilizado, ético y valeroso movimiento de oposición.
Feliz la sociedad que no necesita héroes, escribió alguna vez Bertolt Brecht, cuya agudeza resulta indiscutible aun para quienes no lo vemos como santo de nuestra devoción. Pero ya que desgraciadamente Cuba los necesita todavía, no nos queda sino asumir el orgullo de contar con héroes como Laura Pollán, cuya real dimensión es otra asignatura pendiente para los historiadores del futuro.
Nota: Los libros de este autor pueden ser adquiridos en la siguiente dirección: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0