LA HABANA, Cuba.- Puestos a escoger entre Hillary Clinton y Donald Trump, la tienen bien difícil los norteamericanos en las elecciones presidenciales de hoy. Yo, si fuera norteamericano, no sabría por quién votar. Las dos opciones son desastrosas.
Muchas cosas se han dicho de Donald Trump: que más que un outsider, es un ignorante, insensato, irresponsable, chovinista y xenófobo, que no es capaz de detenerse a pensar antes de decir las barbaridades que se le ocurren, etc.
A no pocos votantes, solo por evitar que ganara Trump, la cordura les indica que habría que votar por cualquiera de los otros candidatos. Pero como votar por el libertario Gary Johnson o la verde Jill Stein es casi igual que abstenerse, solo les quedaría votar por Hillary Clinton, por muchas evidencias que haya en su contra, aportadas no solo por los rusos, Wikileaks y sus adversarios republicanos, sino también por el mismísimo FBI.
En cambio, Clinton no tiene el carisma de Obama, más bien luce forzada cuando está en pose de que se las sabe todas y las que no se las imagina, o cuando señala y saluda sonriente a alguno que pretende reconocer en el público, aunque es una política experimentada. Solo que la honestidad no es su fuerte. Si la ex primera dama y ex secretaria de Estado saliera electa presidenta, podría suceder que los republicanos le hagan la vida imposible, no la dejen gobernar y acabe en un impeachment. Podría suceder. Y no creo que sus mañas la puedan sacar a flote en ese caso. Ni siquiera el recuerdo de su actitud a lo Tammy Winnette en “Stand by your men” cuando el escándalo Lewinsky. Por el contrario. Muchos todavía le reprochan no haber ‘botado’ al marido adúltero. No olvidemos que la sociedad norteamericana sigue siendo conservadora.
Y también es machista y patriarcal. En las elecciones presidenciales de hace ocho años a Hillary Clinton no la venció el carismático y post-racial Obama, sino el machismo. Por muy tenaz que fue la Clinton, no consiguió la nominación demócrata porque los norteamericanos, digan lo que digan, no estaban preparados para ser gobernados por una mujer. Ahora tampoco. Por eso mismo, no son pocos los que están dispuestos a disculpar benévolamente los desplantes machistas y energúmenos de Trump, que en comentarios contra las mujeres compite cómodamente con el profeta Mahoma, los santos católicos Jerónimo, Bernardo, Ambrosio, Juan Crisóstomo y otros misóginos empedernidos.
Estas han sido, en muchos sentidos, unas elecciones bastante atípicas. Los candidatos, más que a esbozar sus programas de gobierno, se han dedicado a sacarse los trapos sucios. Y para ello, han dispuesto de un almacén de andrajos que han utilizado a su antojo. Pero ya se sabe, es casi un axioma: la política es sucia. La atipicidad de estas elecciones es sobre todo por el surgimiento del fenómeno Trump, que no solo ha polarizado al país, sino que ha marcado un punto de inflexión en la política norteamericana (¿el comienzo del fin de la hegemonía bipartidista?).
Hasta hace unos años era impensable que alguien como Trump fuese nominado como candidato a la presidencia, y mucho menos por el GOP. Y tampoco por el Partido Demócrata un Bernie Sanders, tan populista como Trump, su contrapartida lo más a la izquierda posible, hablando de redistribuir la riqueza y soñando con Dinamarca. Sorprendió la persistencia y el impacto que consiguió Sanders, que al final tuvo que cederle el paso a Hillary, no sin antes imponerle gran parte de su agenda a cambio de los votos de sus seguidores.
Personajes como Trump y Sanders aparecen cuando los votantes se hartan de los políticos y los partidos tradicionales. Ahí están los casos de Hugo Chávez, Silvio Berlusconi y del filipino Rodrigo Duterte, que no ha vacilado en llamar hijos de puta a Obama y al papa Bergoglio y que para acabar con la violencia y la corrupción amenaza con matar a diez mil delincuentes y lanzar sus cadáveres a las aguas de la bahía de Manila, para que se los coman los peces. Y de Pablo Iglesias, que sigue esperando su turno. Eso, por no irnos demasiado al pasado, y hablar de un caso extremo: Adolf Hitler.
Es probable que Trump sea el próximo presidente de los Estados Unidos. Encarna las frustraciones, los temores y las obsesiones del norteamericano común, que no suele ser muy versado en política, sino que piensa ante todo en su bolsillo. Y por tanto queda seducido cuando Donald les promete cerrar la puerta al terrorismo, traer de vuelta los capitales y las fábricas, crear empleos, volver a hacer grande a América. Trump se burla de lo políticamente correcto, dice lo que ellos no se atreverían a decir y hasta llegan a justificar los insultos que lanza a diestra y siniestra, lo mismo contra los musulmanes que contra los mexicanos o los negros. Pero de lo que dirían a lo que serían capaces de hacer, va un largo trecho. Y ese trecho, lo recorrería Trump sin inmutarse. O al menos, con eso amenaza…
Hace unos días, el magnate advirtió que solo si gana reconocerá los resultados de las elecciones. Como tiene tantas papeletas para perder como para ganar, hay que irse preguntando por qué le dará. ¿Por piquetear frente a la Casa Blanca y el Congreso? Será entonces la versión anglosajona de Andrés Manuel López Obrador.
Ese sería el remate perfecto de estas elecciones que tan poco favor le han hecho a la democracia norteamericana. Y ni hablar de si gana Hillary Clinton y en unos meses tiene que ir a un impeachment. En ese caso, ojalá no vayan a salir Bernie Sanders y sus seguidores con la cantaleta de que se trata de un golpe de estado parlamentario…
Sé que algunas de mis apreciaciones sobre Donald Trump me granjearán la antipatía de muchos compatriotas de la oposición y el exilio. No tanto porque amen a Trump sino porque detestan a Obama por las concesiones que ha hecho al régimen castrista a cambio de nada, y temen que con Hillary Clinton sería más de lo mismo. Es probable que tengan razón. De cualquier modo, la vida lo ha demostrado, lo principal para conquistar la libertad depende de nosotros, los cubanos, no de Estados Unidos.
Habría que ver que haría Trump respecto a Cuba. Ha dicho que buscaría un mejor trato con el régimen cubano. Pero como es un empresario, y bastante pragmático, por cierto, no estoy seguro si piensa en la democracia para Cuba o en buscar condiciones más ventajosas para hacer negocios. Después de todo, Trump solo habla de Cuba cuando va a Miami. Y ya sabemos cuánto peso tienen los votos electorales del estado de la Florida…