Me entero con pesar que Cesar Portillo de la Luz ha muerto. Con él se va una época. Deja el filin que existirá en cada enamorado y el romanticismo de los que cantaron a la Noche Cubana, no desde la tribuna sino desde el corazón.
El Sargento Mala Cara –así le decían—era, como sus canciones, un viaje a la alegría a través de la tristeza… No hay bella melodía en que no surjas tú, ni yo quiero escucharla cuando me faltas tú… Pintor de brocha gorda, trovador, soñador, marxista, enamorado, arisco, mal genioso, atravesao, era el resumen de su tierra y la época que le tocó vivir: Isla de músicos y revoluciones.
Cesar nació en 1922, en el caliente barrio Querejeta, de Marianao, en hogar pobre, había llegado a la revolución por el intelecto, no asaltando cuarteles. Creció en la discusión, en el contrapunteo, en el debate. Eran tiempos en que Jorge Mañach y Juan Marinello mantenían en la prensa una controversia sobre la nación y luego se abrazaban. En que la amistad estaba sobre las diferencias políticas. En que la canción no era un arma de guerra.
A principios de los 70, Cesar, con su guitarra a cuestas, animaba las noches del Gato Tuerto. Yo era el cajero del restaurante de los altos, y Cesar militante subía, a cenar a la cocina y, entre tanda y tanda de canciones, hablábamos de cuánto nos dividía, y de la Cuba que nos acercaba. Él era un convencido de la revolución. Yo me iba del país. Pero nos escuchábamos. Nos respetábamos.
Le protestaba de Ela O’farril, de cómo la encerraron en una mazmorra del G-2 por componer Adiós Felicidad, casi no te conocí, pasaste indiferente sin querer nada de mí, inocente canción de amor que la policía política calificó de peligroso himno al desencanto… Se defendía, que hubo extremistas, incapaces de entender que la canción expresa amor o desamor que nada tienen que ver con lo social.
Le repetía de la Guillot, la voz de oro de Contigo en la Distancia y Delirio, prácticamente obligada a marcharse; de que la Ofensiva Revolucionaria había clausurado los pocos cabarés que quedaban a fines de los 60, y provocado que los músicos vagaran como zombis… Y bajaba la guardia: “se han cometido muchos errores, muchos”, respondía. ¿Y quién los paga?, martillaba yo. Y Cesar callaba con un silencio cómplice…
La salsa newyorkina enervaba sus fastasmas. Había compuesto El son para que te asombres, ya me lo quieren robar y hasta le quieren cambiar, hasta el mismísimo nombre… Don Quijote, con la adarga al brazo, Cesar la emprendía, desde la dirección de Música de la UNEAC, contra los salseros boricuas, quizá por chovinismo –ese mal que infecta a los cubanos—porque honesto, artista, nunca compuso un himno a la revolución como tantos oportunistas que acabarían en Miami.
Cesar Portillo de la Luz se fue a los 90 años. Deja a Cuba, poemas musicalizados que le han dado la vuelta al mundo: Contigo en la distancia, Noche Cubana, Tú mi delirio, Realidad y Fantasía, Canción Para un festival. A mí, me deja más: el ejemplo de un cubano de antes, que creía en el socialismo, pero también en la humanidad por encima de ideologías, y que defendía la amistad sobre las diferencias políticas.