SANTA CLARA.- Noviembre de 1986, Santa Clara, Villa Clara. Un viejo decide esa mañana acabar con el abundante yerbazal que le carcome la tierra, que hace días le trastorna el sueño. “Hoy sí”, se dice, y trepa a su tractor para retirar la maleza. Algo en el suelo ha golpeado al animal de hierro. “¿Esto qué es?”, cuestiona. Va, y lo toca. “Parece piedra”, asume. “No es piedra, muy liso para ser piedra”, confirma cuando intenta retirar los terrones de aquella base blanca que emerge de las entrañas del mundo. Poco a poco asoma la cara de un ángel, y otro, y parece ser algo muy grande, y, entonces, llama a voces a todo el que transita por los caminos aledaños.
En minutos, las cercanías del actual “Mercado Paralelo” de la ciudad de Santa Clara, fue llenándose de gente, creyentes o no. Habían hallado la imagen de una virgen enterrada en una zanja. Aparecieron flores y velas en el lugar, y la multitud prestó sus manos para verle por fin el rostro y las manos a la inmaculada. Poco tiempo ha de durar la espontánea peregrinación. “El Gobierno se encargará de sacarla”, dieron como respuesta las autoridades que acudieron a la cita. Nunca más se supo de la figura. Era esta su segunda y “misteriosa desaparición”.
La inmersión de una creencia
El 8 de diciembre de 1955 la doctora Concha Falcón, regente de las Damas Isabelinas, hubo de colocar la primera paletada de mezcla sobre el lugar donde sería emplazada una importante escultura a la entrada de Santa Clara, en la carretera central y la prolongación de la calle Independencia. Como otros sitios del mundo, la ciudad también merecía su propia virgen del camino. El proyecto había sido urdido a propósito del Primer Centenario de la Proclamación del Dogma de la Inmaculada, patrona internacional de las Hijas Católicas de América, conocidas en Cuba con el nombre de Damas Isabelinas.
De acuerdo con las referencias ofrecidas por la biblioteca del Obispado de Santa Clara, la escultura fue descrita como: “una versión maravillosa de la Inmaculada de Murillo, tiene tres metros de alto y está tallada en legítimo mármol de Carrara en los talleres de Enrico Arrighini e Figlio, casa fundada en 1870 en Pietrasanta (Lucca) Italia y fue el artista responsable el señor Nicola Arrihini. Tiene un peso de tres mil ochenta kilogramos y su costo a todo riesgo puesta en La Habana fue de 2 889,68”.
A pesar de que, al principio, los católicos que forjaron tal empresa solo contaban con la fe, la providencia los ayudó a dar término a su designio y obtener el dinero necesario para que, el 12 de mayo de 1957, Día de las Madres, fuera inaugurado y bendecido el monumento como Inmaculada Concepción, el cual alcanzó un costo final de 6 437,28 pesos.
“El monumento en sí constaba de un pedestal de mármol en que descansaría la imagen, así como una fuente luminosa rodeada por un ancho muro del que brotaba una fuente de agua en sus 360 grados y por una ancha acera de granito, lo que daba lugar a un conjunto maravilloso”, según reza en un artículo publicado en la revista Amanecer por Xavier Carbonell. Además, hace referencia a la tarja conmemorativa que se colocó en lugar: “Como elocuente testimonio de fe, / amor y gratitud a María, Madre de Dios / y Madre de los hombres y como / imperecedero recuerdo del primer / centenario del dogma de su Purísima / Concepción, ofrecen amorosamente / este monumento, las damas isabelinas / y el pueblo de Santa Clara. / Proyectado en diciembre de 1954. / Terminado y bendecido en 1957”.
A principios de los años sesenta, la virgen fue retirada sin motivo alguno del sitio donde la habían enclavado. Según cuentan muchos de los que han escuchado su historia, a algunos dirigentes de las tropas barbudas les molestó algo que “era cosa del pasado” y decidieron enterrarla o lanzarla en las zanjas cercanas de uno de los dos ríos que circundan la ciudad, hasta su reaparición a mediados de los ochenta.
Re-desaparición
Armando Valdueza, quien trabajaba codo a codo con el Monseñor Fernando Prego como secretario de servicios pastorales, recuerda cuando el rumor del hallazgo echó andar por todo el pueblo. “Ese fue el tiempo cuando trataron de borrar un poco el pasado”, comenta. ”Fue cuando reestructuraron el parque Vidal, que transformaron varias edificaciones, y cuando retiraron la virgen, pero dejaron la fuente”.
Como Valdueza, muchos otros sospecharon en los ochenta que la imagen encontrada sucia, rota y desgastada en la zanja, se trataba de la Inmaculada Concepción, que décadas antes le había sido arrebatada a la ciudad. Por la manera en que fue enterrada en el lodazal, con la cabeza más sumergida que la base—a pesar de que esta pesaba más—hay quien asume que se hubiera necesitado de una grúa para ubicarla en dicha posición. Las grúas solo eran y son propiedad del estado.
“La gente fue quitándole la tierra y se vieron sus manos sobre el pecho. Había como una manifestación de personas poniéndole velas y flores de campo en la base. Aquello me impactó mucho. Eso fue cuestión de horas. Después, volvió a desaparecer. Las cosas de la religión eran tabú en aquella época. Fue una incógnita”, rememora Valdueza.
Otro entrevistado, que se reserva el nombre, afirma que la virgen fue llevada hasta un taller de Planta Mecánica, donde la estuvieron usando por años “para jorobar cabillas”. “De ahí su deterioro”, confirma. “Aquello era como una cosa cualquiera y acabaron con ella, en la boca, en los ángeles del pedestal. Estaba como si se la hubiera comido el comején”.
Junio de 1995. El monseñor Prego hace gestiones para tomar posesión de la diócesis de Santa Clara, convertirse en Obispo, y que la catedral asumiera tal nombre con la venia del Papa. Pide, entonces, como único regalo al gobierno de la ciudad, que le devuelvan a la Inmaculada. Y ellos acceden, porque eran años de Período Especial, porque había que trazar treguas, porque mucha gente se estaba refugiando en el catolicismo para encontrarle solución a la vida precaria que llevaban.
En la catedral fue fundida una plancha con un pedestal, y esperaron, y esperaron por el retorno de aquello que les pertenecía. La imagen de la virgen fue devuelta mucho tiempo después a la Iglesia cubierta de colchonetas viejas, como si nada significara, como si todo un pueblo no hubiera estado llorándola. Cuando fue descubierta a los feligreses, la virgen lucía serias magulladuras, pero decidieron dejarla así, con las cicatrices que le propinaron con alevosía, como el testimonio a flor de piel de lo que sucedió con ella en el pasado.
“Ese día de la toma de posesión del Obispo hubo una aparición misteriosa, narra Valdueza. “No había modo de que pudiéramos introducir a la virgen dentro del templo porque podía romper el dintel, hasta que apareció un señor, muy humilde, que nos dijo que la bajáramos y la sujetáramos con una soga por la mitad y cuatro bridas más que los sujetamos entre todos. Halen para aquí, halen para allá, nos ordenó. La imagen quedó colocada en su lugar y la gente aplaudió por fin. Me fui al órgano, como me había dicho el Obispo, a tocar el Himno Nacional y la oración para la Inmaculada. El señor se desapareció, ni las gracias le pudimos dar. Y no supimos más de él, ni cómo entró, porque el paso del público estaba cerrado aquel día para evitar accidentes”.
La Inmaculada comenzó a ser reconocida como la Virgen de la charca, y las novias le llevan ramos de flores, los vagabundos le piden cobija, los desafortunados reciben milagros. No está a la entrada de Santa Clara como originalmente se concibió, pero sí en el camino que lleva al centro de la ciudad. Así nos protege.