LA HABANA, Cuba.- En otros tiempos, hablar de “labores” para las mujeres habría culminado con una lista corta, encabezada por la costura y el bordado. Todavía hoy, para la sociedad es más aceptable una mujer profesional o ama de casa, que verla incursionar en ocupaciones tradicionalmente vinculadas, por su rudeza, al universo masculino.
A pesar de los resultados alcanzados en materia de género, como la igualdad salarial y la legalización del aborto, persisten esquemas machistas que encasillan a las féminas en roles específicos y dificultan su aceptación a nivel social cuando se atreven a romper con los estereotipos legitimados por siglos de patriarcado. Sin embargo, los moldes se quiebran a diario para que existan otras historias de vida, construidas en esa pluralidad tan reclamada y no siempre defendida como merece.
Algunas de estas heroínas que no visten batas blancas, trabajan en un bufete o pasan sus días enterradas entre los papeles de un buró, son más radicales en su visión acerca de la vida, el trabajo, la autonomía y la libertad. Desde las escuelas de oficios de la Habana Vieja hasta el famoso solar “El Once”, en el corazón del Cerro, CubaNet conversó con mujeres que ven en los oficios una manera digna de subsistir y asegurar su independencia.
Sin menospreciar la importancia de una carrera universitaria, en un país que lenta pero inexorablemente enrumba su economía hacia la gestión privada, tener un oficio se perfila como una garantía invaluable. Mientras la mayoría de los profesionales dependen del Estado, quienes poseen habilidades artesanales ven abrirse ante sus ojos un campo de infinitas posibilidades.
Las mujeres se han insertado en esta dinámica, y todas las entrevistadas coinciden en que, lejos de convertirse en motivo de complejos o apocamiento, ejercer un oficio tributa a su realización personal, a la vez que les reporta mayor autonomía. La existencia de estereotipos las hace perseverar y esmerarse porque ellas mismas estiman que en cuestiones de manualidades las mujeres compensan, con delicadeza y preciosismo, lo que quizás les falta en fuerza bruta.
Idalmis Yumila estudió Economía, pero prefirió dar rienda suelta a su pasión por las bicicletas. Para ella, dedicarse a la mecánica ha sido la mejor decisión de su vida. En un barrio de ley como el Cerro, una mujer mecánico pudiera generar situaciones incómodas, y le sucedió al principio. Pero su fórmula de trabajo —mezcla de inventiva, información actualizada y buen ojo para el detalle— le ha ganado una clientela estable y el respeto de sus colegas.
La presencia de la mujer cubana en todos los ámbitos es una realidad. Incluso en aquellas prácticas que por diversas razones no han sido legalizadas o profesionalizadas, hay mujeres tratando de ganar su derecho a ser tomadas en cuenta. Dos buenos ejemplos acuden diariamente al gimnasio de boxeo Rafael Trejo, en la Habana Vieja.
Aunque varias cubanas se han destacado en deportes vigorosos como el judo, las pesas o el taekwondo, subsiste el rechazo a que se dediquen profesionalmente al boxeo. Ello no es impedimento para que Yuria Pascual y Legnis Cala entrenen junto a sus colegas masculinos en un ambiente de camaradería, acumulando experiencia hasta que llegue la oportunidad de convertir esa práctica en una forma honrada de ganarse la vida.
Sería injusto decir que en Cuba los estereotipos se utilizan para coaccionar a las damas o recordarles cuál debería ser su lugar. La pervivencia del pensamiento machista y retrógrado —entre otros factores— impide que un número mucho mayor de mujeres busque su realización profesional. Pero las que están encaminadas, llegan hasta el final sin detenerse a pensar en conceptos tan erosionados como “lo femenino”; pues ser chofer, carpintera, barrendera o boxeadora no tiene por qué estar reñido con una cuidada apariencia personal, acorde al estilo de cada quien.
Lo que de veras necesita la mujer cubana es ser aún más emprendedora, reivindicarse a diario, tomar en serio la política, buscar mayor independencia y mejores soluciones fuera de esos moldes preconcebidos que con frecuencia limitan su potencial. Paradójicamente, los rezagos del machismo a menudo se observan más en las féminas que en los propios varones; una secuela de crianza que las aleja de metas realizables.
La rudeza de ciertos oficios no es inconveniente para las cubanas que rehúyen esquemas. Todo lo contrario; ellas reafirman, por contrapunto, la armonía excepcional de su naturaleza. Verlas ennoblecer la materia, limpiar las calles, enmendar lo roto o lanzar un jab, aumenta exponencialmente su belleza y valía, refrendando así un milenario proverbio chino: La flor que florece en la adversidad, es la más rara y hermosa de todas.