ESTADOS UNIDOS.- El presidente de una nación tiene la potestad para distinguir con órdenes, condecoraciones y reconocimientos, previo proceso de análisis y aprobación por su gabinete de gobierno, a aquellas personalidades que tengan una labor meritoria en determinada esfera social o área del saber, así como la creación de ciertas distinciones con las que podrá reconocer a dichas figuras.
El pasado viernes, 7 de octubre, Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, refirió la creación de un Premio de la Paz y la Soberanía de los Pueblos, de carácter nacional e internacional, con el que pretende reconocer la labor de personalidades de todo el mundo que se hayan destacado en la lucha por la paz y en la resolución de conflictos por vías pacíficas.
Durante el acto en el que se develó una estatua de Chávez elaborada por el escultor ruso Sergey Kazantzev por orden del presidente ruso Vladimir Putin, en el poblado de Sabaneta, lugar de origen del presidente, quien falleció en marzo de 2013, Maduro declaró que el primer condecorado será Putin, lo que resulta llamativo si se tiene en cuenta que esto ha tenido lugar a solo unas horas de que Juan Manuel Santos obtuviera el Premio Nobel de la Paz y que el mandatario venezolano ha sido uno de los pocos de la región que no ha felicitado a Santos por su premio.
No pretendo cuestionar el ya otorgado premio de Santos, ni a la personalidad política que será distinguida con el nuevo premio venezolano. La obtención de un Premio Nobel en cualquiera de sus variantes (política, literaria, científica, etc.) es el resultado final de un proceso que se supone sea sometido a un minucioso análisis por parte de un grupo de expertos; aunque con frecuencia quedemos sorprendidos al saber quiénes obtuvieron la honorable distinción, algo que acaba de suceder con el resultado del Nobel de la Paz del presidente Santos.
De cualquier modo, insisto en la necesidad de que los analistas, comentaristas, periodistas, politólogos y todo hombre de bien, independientemente de nuestra libertad para opinar, seamos mesurados sin dejarnos llevar por nuestras emociones, las que juegan un papel determinante en gustos y preferencias, y no precisamente en nuestro pensamiento, el que en última instancia debe predominar al hacer cualquier juicio crítico. Al fin, ya los premios están otorgados. Nuestras especulaciones y mucho menos las absurdas encuestas populares que están apareciendo en las redes sociales para determinar si están o no de acuerdo con el actual Nobel de la Paz, no van a variar los resultados.
Después de todo hemos de sentirnos victoriosos por el hecho de que no lo recibiera Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, organización considerada terrorista por numerosos países, incluyendo Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea, y que ni siquiera Raúl Castro con su historial criminal fuera nominado, lo que sin duda, hubiera sido bochornoso y entonces si tendríamos que pronunciarnos enérgicamente contra los resultados finales de un reconocimiento, que se supone sirva para estimular la labor pacifista, lo que según el testamento de Alfred Nobel resultaría a quien “más o mejor” haya luchado por la paz.
Pero retomemos la iniciativa de Nicolás Maduro. En primer lugar y partiendo de que un monarca, un presidente o un líder político están facultados para la creación de un reconocimiento, la idea no sería del todo descabellada a no ser que viniera de alguien que como recientemente afirmara una analista española: “se ha convertido en un chiste – refiriéndose a Maduro- y Venezuela ya no cuenta para nada”.
El país suramericano ocupa actualmente el centro de toda la atención en América, aun cuando el proceso de la paz en Colombia y su controversial no del plebiscito, así como el incremento de la oleada represiva del régimen comunista cubano, ocupan lugares cimeros.
Resulta contradictorio que el presidente de un país se ocupe de crear un premio de la paz cuando su pueblo se lanza a las calles exigiendo un revocatorio presidencial, el presidente de su parlamente sea acusado de manera reiterada por narcotráfico, y ha tenido lugar en su territorio una Cumbre del Movimiento de Países no Alineados a la que solo asistieron 15 jefes de estado de más de un centenar que integran dicho movimiento, y lo peor, existe una marcada represión violenta por parte de las fuerzas policiales de su gobierno contra la oposición.
Si la distinción se le da o no a Putin, pasa a un segundo plano ante la magnitud de la paradoja de Maduro. Se sabe que más tarde serán propuestos Hasán Rouhaní, Kim Yong-nam, Fidel y Raúl Castro, Evo Morales y Rafael Correa, solo que al mandatario le queda ya tan poco en el poder que el presidente ruso será el único que pasará a la historia con tan “honorable distinción”, que para colmo lleva el nombre de Hugo Chávez, cuyo protagonismo desde los primeros años del presente siglo condujo a Latinoamérica por el peor de los caminos y llevó a Venezuela al colapso económico y a su crisis política.
Esta “madurada” nos sorprende ahora por su novedad; pero recordemos que los presidentes comunistas de la Europa oriental fueron expertos en creaciones de este tipo. Por solo recordar algunas citemos al Premio Internacional Lenin, el que se daba a aquellos que se destacaran en fortalecer la paz entre los pueblos, la Orden de Georgi Dimitrov del estado búlgaro, la Orden Estrella de la República Socialista de Rumania, la Orden de la Bandera de la República Popular de Hungría en Primera Clase, la Gran Estrella de la Amistad de los Pueblos de Alemania oriental y la Orden del León Blanco en Primera Clase de la antigua Checoslovaquia.
Por supuesto, no podía faltar en nuestra América la Orden José Martí, la más alta distinción que otorga el Estado y gobierno cubanos, la que han recibido los principales dictadores de la historia actual, entre los que se destacan: Leonid Brézhnev, Erich Honecker, Alexandr Lukashenko, Nicolae Ceaucescu, Mengistu Haile Mariam, Daniel Ortega, Hugo Chávez y por supuesto Nicolás Maduro, entre otros tantos, algunos de ellos sentenciados por sus horrendos crímenes y por haber atentado contra la paz mundial.
De cualquier modo no me indigna tanto quien pudiera recibir el premio, sino quien lo ha creado, y el nombre que se la ha dado. Por suerte, con la inminente derrota definitiva de Nicolás Maduro y del Chavismo, todo este fetiche pasará al olvido y no creo que Putin tenga entre sus prioridades recibir distinciones de cuarta categoría, la que pasaría a las áreas de su cerebro encargadas de olvidar lo que resulte poco significativo, con lo que el premio quedaría por siempre sepultado.